“A través de las palabras se filtra una nueva identidad, más combativa y moderna que le otorga mayor consistencia a las formas heterodoxas del comportamiento: al ingresar el término gay en el vocabulario, se debilita el vigor peyorativo de las palabras maricón, puto, joto, mujercito… o tortillera, wafflera”
Carlos Monsiváis
El lenguaje es un campo de batalla por los significados. Con las palabras expresamos nuestros anhelos, nuestros deseos, nuestro sentido de ánimo, nuestros secretos a media voz, transmitimos nuestros afectos y desafectos, pero también nuestras limitaciones, nuestros miedos y nuestros odios.
En México somos malhablados. Nos gustan las palabras fuertes. Las gritamos desde el auto cuando a algún “peatón pendejo” o a un “pinche ciclista” se le ocurre pensar que tiene prioridad sobre el conductor de un auto y, ¡válgame Dios!, cruza la calle de forma lenta. Las usamos sin tregua cuando a alguna “vieja estúpida” se le “ocurre” competir en el mercado laboral con los varones. No dudamos en usarlas en la mesa, con los compadres, cuando se cruza delante de nosotros algún tipo al que “se le nota a leguas” porque trae unas medias embadurnadas que osa llamar skinny jeans y una “jotería” colgada al hombro, una man purse, de esas que solo se le aguantan a David Beckham, porque la hombría de éste está “más que probada”.
Desconozco si hay una encuesta que arroje datos duros para saber cuál es el insulto preferido por l@s mexicanos. Sin embargo, uno que domina es el de “puto”.
¡Puto!, gritado con valentía y “con huevos” cuando en el estadio Azteca el equipo rival está a punto de tirar un penalty a la portería de la selección mexicana o cuando el árbitro falla en contra de México o cuando el portero rival está a punto de patear el balón de su portería. Un grito ensordecedor y hasta con orgullo, casi como si fuera el himno nacional, coreado por l@s asistentes, el padre, la madre, la familia nuclear que lleva a sus vástagos al partido y que transmite el mensaje: gritar ¡puto! está bien, es para amedrentar al rival y darle una ayudadita a la selección nacional.
Lo mismo ocurre en las redes sociales y en la política. Maricón, puto son de los insultos favoritos de senadores, como Beatriz Zavala, con quien hace un par de años tuve una conversación, primero en redes sociales, y luego en el mundo real sobre su uso de la palabra “maricón” para insultar a los “cobardes” legisladores priístas que no aprobaban un presupuesto. O ¡puto! para señalar a una persona timorata, miedosa, “una nena”. Quienes usan este insulto así lo defienden: “uso puto no para referirme a una preferencia sexual, sino como ¡cobarde!”.
¡Ah, no, entonces así está bien! No es homofobia, no vayan a creer otra cosa, es mal uso del lenguaje -invito a l@s lectores a buscar el significado de puto y de maricón en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, si es que hay quien siga valorando lo que éste dice.
Igualmente, hace poco el clavadista olímpico Iván García, cuya belleza “tadziesca”, el de Muerte en Venecia, lo ha convertido en símbolo sexual gay, “tuvo que desmentir” los rumores de que “es rarito” con un twitt que decía: “Ni al caso…soy hombre 100%”, como si los gays y bisexuales fueran, fuéramos diría el que escribe, hombres al 50%.
A tres meses de entregar la presidencia del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), Ricardo Bucio escribió un texto en el portal Animal Político sobre el uso de la palabra puto. Su artículo es bienvenido y necesario. Después de todo, una de las misiones de este consejo es sensibilizar y visibilizar las situaciones discriminatorias en México. Sin embargo, resulta un poco frustrante que se quede sólo ahí.
Frustrante porque el CONAPRED no ha lanzado una campaña nacional contra la homofobia desde el 2008, año en el que se hizo una porque México fue sede de la Conferencia Internacional del sida. Frustrante porque durante la discusión en torno al matrimonio entre parejas del mismo sexo en el DF, CONAPRED tuvo un papel menor y casi invisible cuando al presidente Calderón utilizó la Procuraduría de Justicia para tratar de detener con una acción de inconstitucionalidad un avance en los derechos de las parejas del mismo sexo. Frustrante porque con todo y CONAPRED, el 17 de mayo no ha sido reconocido como día nacional contra la homofobia por el gobierno de Felipe Calderón.
Provocar un debate en torno a un tema que en efecto es preocupante es por supuesto necesario. El problema es que llega tarde y sin una campaña que lo acompañe. No se trata de censurar o de meter a la cárcel a los aficionad@s al futbol que griten ¡puto! en los estadios, como si fuéramos Putin, el ruso no el diminutivo, y quisiéramos encarcelar de paso a Molotov por la canción Puto, su éxito noventero, como si fueran las Pussy Riot.
Sin embargo, la corrección política, ese blindaje al odio que provoca la modernidad, como diría Monsiváis, sí puede ayudar a visibilizar este tema y tratar de cambiarlo. Al CONAPRED le urge una reforma que le ayude a ser relevante, y a los aficionad@s al futbol bien les haría recordar que en el futbol se juega limpio y tal vez imaginarse que en lugar de gritar ¡puto! se gritara ¡mexicano! ¡indio! o ¡guadalupano! a modo de insulto en los estadios…